viernes, 17 de febrero de 2012

COMENTARIO DOMINICAL DEL 19 DE FEBRERO DEL 2012


LO VISIBLE Y LO INVISIBLE

1° LECTURA:   Isaías 43, 18-19. 21-2. 24b-25: Por mi cuenta borrara tus crímenes.
SALMO: Sal 40: Sáname, Señor porque he pecado contra ti.
2° LECTURA: Cor. 1, 18-22: Jesús no fue primero “sí” y luego “no” en él todo se ha convertido en un “si”.
EVANGELIO: Mc 2, 1-12: El Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados.

Después de recorrer durante algunas semanas las tierras de Galilea, Jesús regresa a Cafarnaún y se hospeda en la casa de Pedro (1,29). Todos acuden a ver lo que pasa y a escuchar lo que dice. Pero la situación de Jesús ha cambiado sensiblemente: En la concurrencia se han mezclado unos emisarios de Jerusalén, que vienen a inspeccionar lo que ocurre. Son escribas, pertenecientes al grupo más activo del partido de los fariseos. Con su aparición en escena comenzará un conflicto, que habrá de terminar en Jerusalén con la muerte del Maestro.
Pero la fe del pueblo y la confianza en el poder curativo de Jesús sigue creciendo. Buena prueba de ella es la pintoresca narración que nos ofrece Marcos en este evangelio. Unos hombres llevando consigo en andas a un pobre paralítico, tratan de acercarse a Jesús. Al encontrar la puerta cerrada por la multitud que se agolpa ante ella, estos hombres suben a la terraza, por la escalera exterior, y abren un boquete para descender la camilla y posarla ante los pies de Jesús. El Maestro valora la fe de estos hombres y del enfermo, a quien le dice que le son perdonados sus pecados. Seguramente, el enfermo tiene un cierto sentido de culpabilidad, al pensar que Dios le ha castigado por sus pecados. Jesús le tranquiliza.
Aunque las palabras de Jesús podían entenderse como la declaración de que Dios mismo perdona los pecados, los escribas, que no pierden palabra ni detalle, entienden que Jesús se arroga una competencia que, según las Escrituras, pertenece exclusivamente a Dios. Sólo Dios puede perdonar los pecados, piensan estos escribas, y acusan en su interior de blasfemo a Jesús.
Jesús se da cuenta de lo que murmuran y piensan en sus adentros. Y se dispone a dar una señal no sólo para mostrar que Dios perdona los pecados, sino también que él, el Hijo del Hombre, tiene poder para perdonar pecados sobre la tierra. El perdón de los pecados no es un hecho constatable por la experiencia objetiva, y así es más fácil decir "tus pecados te son perdonados", pues eso no se puede comprobar, que decir "levántate y anda". Pero ambas palabras son igualmente difíciles de pronunciar con verdad y autoridad.
Los escribas debían haber admitido que el que es capaz de decir a un paralítico que se levante y conseguirlo efectivamente, es capaz también de perdonar los pecados, aunque este hecho no pudieran comprobarlo en sí mismo.
Jesús no se contenta con perdonar los pecados, sino que, para que veamos que el perdón es real, cura también las enfermedades del cuerpo. Por otra parte, Jesús muestra que ha venido a salvar integralmente al hombre, en alma y cuerpo.
Pbro. Roland Vicente Castro Juárez 
rolancaju@gmail.com

sábado, 11 de febrero de 2012

COMENTARIO DOMINICAL DEL 12 DE FEBRERO DEL 2012


ENCONTRARSE CON JESÚS

1° LECTURA:  Lev. 13, 1-2. 44-46: El leproso tendrá su morada fuera del campamento.
SALMO:   Sal 31: Tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación.
2° LECTURA: Cor. 10, 31-11.1: Sigan mi ejemplo, como yo sigo en el de Cristo.
EVANGELIO: Mc. 1, 40-45: La lepra se le quitó y quedó limpio.

 “Se le acercó un leproso…. Acudían a él de todas partes”. El evangelio describe muchos encuentros con Jesús, pero ¡qué diferencia! Muchos acudieron pronto a él, pero superficialmente. Unos fueron verdaderamente atrapados por él (¡muy pocos!), otros permanecieron indiferentes, la mayor parte se volvieron hostiles. ¿De qué depende eso que pasa entre  Jesús y un hombre?. Lo vemos en este episodio: todo depende de la fe-confianza. La confianza del leproso es extraordinaria: “Si quieres, puedes”. ENCONTRARSE CON JESÚSEs la fe de la cananea, del centurión, del padre del epiléptico. Jesús se siente siempre conmovido por esta fe. Pero nunca el diálogo fue tan breve y tan intenso. Dos palabras para revelar la fe del leproso, una palabra para señalar el efecto de esta fe: si quieres, puedes. Quiero.
Aquí se encuentran a la vez la terrible situación de un hombre y la gran fuerza del amor. La lepra era una enfermedad espantosa, porque excluía de la comunión con el pueblo, o sea, segregaba a un hombre de sus relaciones con el pueblo de Dios. "¡Impuro, impuro!", gritaba el leproso desde lejos, de manera que todos se pudieran parar y evitar así acercarse a él (Lev 13, 45). Los rabinos lo consideraban como si estuviera muerto y pensaban que su curación era tan improbable como una resurrección. Marcos indica que Jesús lo toca. Y lo cura. Eso es precisamente lo que pensaba  el  leproso: él puede   todo  lo  que  quiere.   Con  la  condición de que se crea en él. Así es como se  realiza el encuentro.
No hay miseria alguna que lo eche para atrás, pero espera nuestro “si quiero, puedes”, que debería ser casi tan poderoso como el amor con  que está  dispuesto  a acogernos. Pensemos en los “leprosos” de hoy. Me gustaría moverlos hacia Jesús; a los despreciados, a los marginados, a los que sienten la vergüenza de su cuerpo, de su corazón, de su vida. Pero también me dirijo a mí mismo. ¿Acaso estoy yo tan sano?. Muchos de mis encuentros con Jesús han sido inútiles porque nada me impulsaba a suplicarle: “¡Sálvame!. Si quieres, puedes curarme”. Para decir esto con una fuerza capaz de arrancarle gracias muy grande, es menester que me sienta  leproso  y  que  lo sienta  de  verdad.
Este doble despertar de nuestra vergüenza y de nuestra fe es la mejor preparación para un encuentro. Como cuando decimos: “Ante de celebrar esta eucaristía, reconozcamos nuestros pecados”. Preparémonos a cada uno de nuestros encuentros con Jesús reconociendo que somos leprosos.
Pbro. Roland Vicente Castro Juárez 

sábado, 4 de febrero de 2012

COMENTARIO DOMINICAL DEL 05 DE FEBRERO DEL 2012

LAS SIRVIENTAS Y LOS SERVIDOS

 1° LECTURA: Job. 7, 1-4. 6-7: Mis día se consumen sin esperanza.
SALMO: Sal 146: Alaben al Señor, que sana los corazones destrozados.
2° LECTURA: 1Cor. 9, 16-19. 22-23: ¿Ay de mí si no anuncio el Evangelio!.
EVANGELIO: Mc. 1, 29-39.: Curó a muchos enfermos de diversos males.

Jesús es el hombre de los caminos, de la gente y de la oración en los lugares  desiertos. Pero conoció también el calor de una casa en donde uno está seguro de ser bien recibido. Pensemos en Betania, en la casa de Lázaro, Marta y María. Pero hubo otro sitio en donde se sintió más en su casa: la casa de Pedro y de Andrés en Cafarnaún. La página  que se nos propone es tan rica que nos detenemos poco en el primer episodio, la curación de la suegra de Pedro. Sin embargo también aquí hay materia  de reflexión. Está claro que Marcos recoge lo que le contó el mismo Pedro. Mi suegra estaba en cama con fiebre muy alta. Llegó Jesús se lo dijimos, él se acercó, la tomó por la mano y la levantó, la fiebre le dejó y ella se puso a servirnos. Fíjense bien en dos palabras: “La levantó” y “se puso a servirles”. Como el milagro es siempre una enseñanza, el evangelista quiere indicarnos que el poder de Jesús nos puede levantar para que nos convirtamos en personas que sirvan. Todo esto ocurre “en la casa”. Y la mujer que sana Jesús es la que le ofrece su hospedaje. ¡Qué seguramente no parará mientras Jesús estaba allí!. Ahora sólo tiene a los cuatro preferidos: Pedro, Andrés, Santiago y Juan. Pero pronto tendrá  a los doce, con sus esposas y sus hijos. ¡Y la gente!. Marcos dice un poco más adelante: “Acudían a él de todas partes, de forma  que no le dejaban tiempo ni para  comer”. Todo esto no le  resulta   muy   agradable  a  la  dueña  de la casa que ve cómo se le enfría la comida. Nos imaginamos a la suegra de Pedro haciendo frente a todo aquello, como tantas mujeres que  tienen el genio de la hospitalidad con todo lo que esto supone de generosidad y de discreción. “Les estuvo sirviendo”. Vale la pena meditar sobre “las sirvientas”. Tanto si nos sentimos llamados nosotros mismos a esta vocación como si necesitamos tomar más  conciencia de nuestra actitud con todas esas personas abnegadas. Bromear jamás con la palabra  suegra. Las caricaturas y los chistes crean una atmósfera malsana en torno a una función que es muy delicada: no obligar a un hijo a dividirse entre madre  y esposa, ayudar a una nuera a ser discreta y paciente y  cuidar con gusto de los niños sin querer educarlos al margen de lo que piensan los padres. Quizás sea el momento con ocasión de este evangelio, de examinar nuestro comportamiento y nuestras palabras ante el Señor que cura todas las malas fiebres. Esposa, madre, suegra o soltera, una mujer suele hospedar a otros con frecuencia.
Si le propongo que se vea sirviendo a Jesús y a sus apóstoles, quizás se ponga  a reír o ponga mala cara: ¡Esos hombres a los que intenta dar buena cama y comida no son Jesús!.
Pero  le invadirá cierto gozo al pensar en su misión: asegurar unas condiciones de vida que permitan a los apóstoles vivir felices y tranquilos.
Pbro. Roland Vicente Castro Juárez