LAS SIRVIENTAS Y LOS SERVIDOS
SALMO: Sal 146:
Alaben al Señor, que sana los corazones destrozados.
2°
LECTURA: 1Cor.
9, 16-19. 22-23: ¿Ay de mí si no anuncio el Evangelio!.
EVANGELIO:
Mc.
1, 29-39.: Curó a muchos enfermos de diversos males.
Jesús es el hombre de los caminos, de la gente y de
la oración en los lugares desiertos.
Pero conoció también el calor de una casa en donde uno está seguro de ser bien
recibido. Pensemos en Betania, en la casa de Lázaro, Marta y María. Pero hubo
otro sitio en donde se sintió más en su casa: la casa de Pedro y de Andrés en
Cafarnaún. La página que se nos propone
es tan rica que nos detenemos poco en el primer episodio, la curación de la
suegra de Pedro. Sin embargo también aquí hay materia de reflexión. Está claro que Marcos recoge lo
que le contó el mismo Pedro. Mi suegra estaba en cama con fiebre muy alta.
Llegó Jesús se lo dijimos, él se acercó, la tomó por la mano y la levantó, la
fiebre le dejó y ella se puso a servirnos. Fíjense bien en dos palabras: “La
levantó” y “se puso a servirles”. Como el milagro es siempre una enseñanza, el
evangelista quiere indicarnos que el poder de Jesús nos puede levantar para que
nos convirtamos en personas que sirvan. Todo esto ocurre “en la casa”. Y la
mujer que sana Jesús es la que le ofrece su hospedaje. ¡Qué seguramente no
parará mientras Jesús estaba allí!. Ahora sólo tiene a los cuatro preferidos:
Pedro, Andrés, Santiago y Juan. Pero pronto tendrá a los doce, con sus esposas y sus hijos. ¡Y
la gente!. Marcos dice un poco más adelante: “Acudían a él de todas partes, de
forma que no le dejaban tiempo ni
para comer”. Todo esto no le resulta
muy agradable a la dueña
de la casa que ve cómo se le enfría la comida. Nos imaginamos a la
suegra de Pedro haciendo frente a todo aquello, como tantas mujeres que tienen el genio de la hospitalidad con todo
lo que esto supone de generosidad y de discreción. “Les estuvo sirviendo”. Vale
la pena meditar sobre “las sirvientas”. Tanto si nos sentimos llamados nosotros
mismos a esta vocación como si necesitamos tomar más conciencia de nuestra actitud con todas esas
personas abnegadas. Bromear jamás con la palabra suegra. Las caricaturas y los chistes crean
una atmósfera malsana en torno a una función que es muy delicada: no obligar a
un hijo a dividirse entre madre y
esposa, ayudar a una nuera a ser discreta y paciente y cuidar con gusto de los niños sin querer
educarlos al margen de lo que piensan los padres. Quizás sea el momento con
ocasión de este evangelio, de examinar nuestro comportamiento y nuestras
palabras ante el Señor que cura todas las malas fiebres. Esposa, madre, suegra
o soltera, una mujer suele hospedar a otros con frecuencia.
Si le propongo que se vea sirviendo a Jesús y a sus
apóstoles, quizás se ponga a reír o
ponga mala cara: ¡Esos hombres a los que intenta dar buena cama y comida no son
Jesús!.
Pero le invadirá cierto gozo al pensar en su
misión: asegurar unas condiciones de vida que permitan a los apóstoles vivir
felices y tranquilos.
Pbro.
Roland Vicente Castro Juárez