sábado, 11 de febrero de 2012

COMENTARIO DOMINICAL DEL 12 DE FEBRERO DEL 2012


ENCONTRARSE CON JESÚS

1° LECTURA:  Lev. 13, 1-2. 44-46: El leproso tendrá su morada fuera del campamento.
SALMO:   Sal 31: Tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación.
2° LECTURA: Cor. 10, 31-11.1: Sigan mi ejemplo, como yo sigo en el de Cristo.
EVANGELIO: Mc. 1, 40-45: La lepra se le quitó y quedó limpio.

 “Se le acercó un leproso…. Acudían a él de todas partes”. El evangelio describe muchos encuentros con Jesús, pero ¡qué diferencia! Muchos acudieron pronto a él, pero superficialmente. Unos fueron verdaderamente atrapados por él (¡muy pocos!), otros permanecieron indiferentes, la mayor parte se volvieron hostiles. ¿De qué depende eso que pasa entre  Jesús y un hombre?. Lo vemos en este episodio: todo depende de la fe-confianza. La confianza del leproso es extraordinaria: “Si quieres, puedes”. ENCONTRARSE CON JESÚSEs la fe de la cananea, del centurión, del padre del epiléptico. Jesús se siente siempre conmovido por esta fe. Pero nunca el diálogo fue tan breve y tan intenso. Dos palabras para revelar la fe del leproso, una palabra para señalar el efecto de esta fe: si quieres, puedes. Quiero.
Aquí se encuentran a la vez la terrible situación de un hombre y la gran fuerza del amor. La lepra era una enfermedad espantosa, porque excluía de la comunión con el pueblo, o sea, segregaba a un hombre de sus relaciones con el pueblo de Dios. "¡Impuro, impuro!", gritaba el leproso desde lejos, de manera que todos se pudieran parar y evitar así acercarse a él (Lev 13, 45). Los rabinos lo consideraban como si estuviera muerto y pensaban que su curación era tan improbable como una resurrección. Marcos indica que Jesús lo toca. Y lo cura. Eso es precisamente lo que pensaba  el  leproso: él puede   todo  lo  que  quiere.   Con  la  condición de que se crea en él. Así es como se  realiza el encuentro.
No hay miseria alguna que lo eche para atrás, pero espera nuestro “si quiero, puedes”, que debería ser casi tan poderoso como el amor con  que está  dispuesto  a acogernos. Pensemos en los “leprosos” de hoy. Me gustaría moverlos hacia Jesús; a los despreciados, a los marginados, a los que sienten la vergüenza de su cuerpo, de su corazón, de su vida. Pero también me dirijo a mí mismo. ¿Acaso estoy yo tan sano?. Muchos de mis encuentros con Jesús han sido inútiles porque nada me impulsaba a suplicarle: “¡Sálvame!. Si quieres, puedes curarme”. Para decir esto con una fuerza capaz de arrancarle gracias muy grande, es menester que me sienta  leproso  y  que  lo sienta  de  verdad.
Este doble despertar de nuestra vergüenza y de nuestra fe es la mejor preparación para un encuentro. Como cuando decimos: “Ante de celebrar esta eucaristía, reconozcamos nuestros pecados”. Preparémonos a cada uno de nuestros encuentros con Jesús reconociendo que somos leprosos.
Pbro. Roland Vicente Castro Juárez